Solemos pasar más tiempo activo en el trabajo que en cualquier otro sitio. Nuestro puesto de trabajo se convierte en un segundo hogar, pero ¿qué sucede cuando los empleados no están a gusto con su entorno laboral? Luis M. Romero-Rodríguez, profesor e investigador de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, experto en Comunicación Estratégica, autor de más de un centenar de artículos científicos y libros de gran repercusión y laureado con varios premios internacionales por su investigación, nos contesta algunas interrogantes.
¿Qué es un espacio laboral tóxico?
Para poder conceptualizar el término, es importante entender lo contrario, es decir, qué es un espacio laboral armonioso. Este se define como un entorno en el que los trabajadores se sienten a gusto con las condiciones ambientales y ergonómicas, y por supuesto también con las relaciones, tanto ascendentes (con el liderazgo), horizontales y oblicuas (entre pares) y descendentes (con los subordinados). Un espacio laboral armonioso va más allá de un tema salarial, de sistemas de compensación y de la conciliación.
Un espacio laboral tóxico es aquel en el que se rompe la armonía relacional, y esto suele ocurrir bien en entornos de alta competitividad y poca necesidad de cooperación, por estilos de liderazgo dictatoriales, o por carecer de políticas de comunicación interna de mantenimiento relacional.
Usted explica que los espacios laborales tóxicos se convierten en un círculo vicioso ¿Por qué ocurre esto?
Generalmente este tipo de ecosistemas inician con un detonante: un jefe déspota, una situación de mobbing o bullying, grupos que se constituyen en «clanes» enfrentados… y esto suele llevar a una escalada del conflicto que se convierten en riesgos psicosociales -que por cierto, recuerda Romero-Rodríguez, son de exclusiva responsabilidad de la organización-. Si la empresa no toma medidas para corregir la situación, es común que pase de ser un enfrentamiento simbólico o verbal, a otros niveles, como conflictos laborales y acoso.
Pero es que una agresión simbólica, verbal, e incluso física, va a convertirse en un búmeran que se va a devolver por parte del afectado, lo que crea relaciones de «ida y vuelta» que van escalando.
Cuando se estudia en Comunicación Corporativa a la comunicación interna, explica Romero, se insiste mucho en que la labor del comunicador es más escuchar que hablar, porque es lo que te permitirá detectar este tipo de situaciones para poder determinar qué estrategia de comunicación ha de utilizarse para mejorar los relacionamientos. Igual debe hacer el área de psicología organizacional, de prevención de riesgos laborales, y por supuesto el liderazgo de la empresa. La auditoría continua y tomar medidas de prevención, sensibilización, comunicación a tiempo, evita que se consoliden este tipo de ecosistemas tóxicos.
¿Cree usted que los empresarios y los líderes de las instituciones públicas entienden esto?
Las organizaciones privadas lo suelen tener más claro que las públicas porque las multas de la inspección de trabajo por falta de medidas de Prevención de Riesgos Laborales y Psicosociales (PRL), y las sanciones económicas por sentencias en caso de ausencia de PRL las pagan las empresas, es decir, accionistas que están muy atentos del destino del dinero. En cambio, a mi juicio, la administración pública y las instituciones del Estado tienen las estructuras exigidas por la Ley, pero no toman medidas, por dos razones: 1) porque las multas, los abogados y las sanciones económicas producto de sentencias no lo pagan los líderes de estas instituciones de su bolsillo y; 2) porque la administración pública suele ser más flexible al ir contra otra administración pública. Por ejemplo, es común ver que la Agencia Española de Protección de Datos sanciona con 30 mil euros a una empresa privada porque compartió el número de DNI de un empleado, pero es muy raro ver ese nivel de eficiencia sancionatoria contra una institución pública.
Pero es que además los espacios laborales tóxicos ocasionan improductividad, absentismo y alta rotación, y esto en una organización privada significa dinero perdido. Un trabajador improductivo, un empleado que está continuamente en situación de incapacidad temporal (IT), o trabajadores que renuncian constantemente, son recursos humanos, económicos y técnicos que se pierden. En las instituciones públicas resulta más fácil para los líderes encontrar suplentes para un puesto de un trabajador en IT, o mantener niveles de productividad bajos, con tal de no iniciar procedimientos disciplinarios internos.
Con esto no quiero decir que las organizaciones privadas son una panacea, mientras que todas las instituciones públicas son un infierno. Hay muchos matices, por supuesto. En un artículo que publiqué en Forbes profundicé sobre la incidencia negativa que tienen estos ecosistemas en el sentido de pertenencia de los miembros de la comunidad académica de la universidad española en general.
¿Y qué se puede hacer para mejorar la situación, al menos en las organizaciones públicas?
Uf (resopla)… Un cambio de sistema completo. Con respecto al tema de los espacios laborales tóxicos y los riesgos psicosociales en las instituciones públicas, se necesitan protocolos efectivos, que tengan cierta celeridad y sobre todo que se tomen medidas de protección desde el minuto uno de la detección de un caso. Pero eso es muy difícil, porque sería pedirle a la administración que haga una norma que va a obligarlos a tomar decisiones que no quieren tomar, y además evitar que se haga un «peloteo» de un caso de un tejado al otro, que es usualmente lo que hace la administración para no hacer nada al final.
Por otro lado, creo que las sanciones por estos temas de PRL, por ejemplo, sea multas de la Inspección de Trabajo, o sean sentencias condenatorias, deben pagarlos los responsables y no todos los contribuyentes. Pero esto es utópico porque las normas las hacen los mismos sobre los que recaería esta sanción.